Lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios (Luc. 1:35).
Cuando Jesús era pequeño, María debió de haberle contado algunos detalles sobre su nacimiento. Por este motivo, en la ocasión en que ella y su esposo, José, lo encontraron en el templo, él les preguntó: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Luc. 2:49). Todo parece indicar que Jesús sabía desde muy temprana edad que era el Hijo de Dios. De ahí que fuera tan importante para él exaltar la justicia divina. Jesús demostró su profundo interés en los asuntos espirituales asistiendo fielmente a las reuniones del pueblo de Dios. Contaba con una mente perfecta que absorbía todo lo que escuchaba, así como lo que leía (Luc. 4:16). Además, tenía otra valiosísima posesión: un cuerpo perfecto que podría sacrificar por la humanidad. Eso estaba en armonía con las palabras proféticas de Salmo 40:6-8, en las cuales probablemente estaba pensando al orar a Jehová en el momento de su bautismo (Luc. 3:21; Heb. 10:5-10). w10 15/8 1:6, 7