Sigan amando a sus esposas y no se encolericen
amargamente con ellas (Col. 3:19).
Es fácil no darse cuenta de cómo afectan a los demás nuestros comentarios, expresiones faciales y lenguaje corporal. Hay hombres, por ejemplo, que no comprenden el impacto que tienen sus palabras en las mujeres. Una hermana llegó a decir: “Me asusto cuando mi esposo me levanta la voz enfadado”. Las palabras duras suelen tener un mayor impacto en la mujer que en el hombre, y quedar en su memoria por mucho más tiempo (Luc. 2:19). Y más aún si quien se las dice es una persona a la que ella ama y quiere respetar. Un hermano que lleva bastantes años casado ilustró la razón por la que el hombre debe tratar a su mujer con la misma delicadeza que a “un vaso más débil”. Dijo: “Cuando tomamos en las manos un valioso recipiente de porcelana, no lo agarramos con demasiada fuerza, pues podría quebrarse. Y aunque se repare, las grietas suelen notarse. Igualmente, si el marido emplea palabras muy duras, le hará daño a su esposa y quizás se formen en su relación fisuras que pudieran tardar en cerrarse” (1 Ped. 3:7). w10 15/6 4:14, 15E